Siempre hay alguien que rompe la norma, pero es que hay
tantas probabilidades de romperla alguna vez, que tarde o temprano te toca. Y
cuando eres tú el que está en el centro de la diana, es cuando te preguntas
porqué te están juzgando, solo has fallado esta vez. Todos han triunfado donde
tú fracasaste. Era fácil. Aun así, la vara de medir estaba demasiado alta para
ti, no para los demás. Errar así hace que la herida penetre hondo, porque dabas
por hecho que nunca te iba a pasar.
¿Por qué actuamos de este modo? La pertenencia al grupo, el egoísmo,
la envidia, las inseguridades… la lista
de la compra del diablo rojo con tridente que, grabado a fuego en nuestro
imaginario, justifica nuestra falta de empatía. Porque cuando no somos nosotros
quienes fallamos, nos cuesta entender el fallo y se dispara la crítica. Pero
cuando nos toca, el diablo no sale al rescate, no. ¡Diablo, fuego amigo que te
rodea! Que certero susurra al oído, cercano e íntimo, tu catarata de errores.
Huella difícil de borrar, simiente que labra hondo nuestra
alma. Fruto que, a veces, resulta mortal.