martes, 19 de diciembre de 2023

Soy aquella niña

No Lola, no te preocupes. Sé que hace bastante que salió al mercado esta canción y que ya no está en las listas de éxitos. Pero lo estuvo, vaya si lo estuvo. Llevo un tiempo queriendo escribir estas líneas y creo que por fin he encontrado el momento adecuado para hacerlo. Vayamos entonces al meollo de la cuestión. 

Soy aquella niña de la escuela 
La que no te gustaba ¿me recuerdas? 
Ahora que estoy buena, paso y dices 
¡Oh, nena, oh, nena! 

Voy a centrarme solo en esta parte porque creo que, como buen estribillo, representa el mensaje que la canción quiere transmitir. Antes no te gustaba, pero ahora que estoy buena te fijas y babeas. Sí, centrémonos entonces, como dice el texto, en el físico. Porque en realidad, va a ser lo único que haga que se fijen en ti, chica pre o adolescente a la que va dirigida esta letra. Evidentemente, no estamos hablando de complejas relaciones entre adultos que buscan algo más en sus parejas que poco o nada tengan que ver con el físico. De verdad que siempre me ha parecido muy difícil el uso del sarcasmo en la escritura... a mí, por lo menos, siempre que lo he intentado -como ahora- no me ha salido bien. 

Dejando de lado esta última reflexión, debemos volver al caso que nos ocupa y preocupa: la priorización del físico por encima de todas las demás cualidades. Recordemos: 

“La que no te gustaba ¿me recuerdas? Ahora que estoy buena, paso y dices ¡Oh, nena, oh, nena!”. 

Nada nuevo en la oficina. Si estoy buena, me miras; y si no lo estoy, soy invisible. Pues nada chicas, esto es lo que hay. Todo sigue igual. O habéis nacido con determinadas condiciones genéticas que os hagan atractivas a los ojos de los demás -independientemente del resto de cualidades que poseáis y que nada tienen que ver con el físico- o estáis listas, iros preparando para el ostracismo. De hecho, es tanto el peso específico que tiene el físico que tanto tu cuerpo como tu cara tienen que estar por encima de un nivel estándar. Preparaos que estamos llegando al meollo. 

¿Quién marca ese estándar? ¿Quién decide que nuestras hijas –y también hijos, pero me centro más en ellas porque aún no he oído esa canción donde digan que “Ahora que estoy bueno, paso y dices ¡Oh, nene, oh, nene!”- tengan que cumplir con cierto criterio estético para atraer a otra persona? 

Pues la respuesta la podemos encontrar cerca de nosotros, concretamente en nuestros bolsillos. Antes estaba en una sola pantalla, constreñida en nuestros televisores. De ahí ha saltado, por arte de conexión 4G, a nuestros móviles. Instagram, Tik Tok, Youtube, X son las culpables de ayudar a perpetuar la esclavitud de la imagen a la que se somete a nuestra juventud; y en particular, a ellas. 

Volvamos por un momento a nuestra canción. “Soy aquella niña de la escuela”. Pues es que, a lo mejor, cuando aquella niña estaba en la escuela aún no se había desarrollado. Aunque tengamos presente el salto generacional –a día de hoy, los niños van quemando etapas más rápidamente de lo que lo hacíamos nosotros-, no podemos obviar el hecho de que son niños y niñas que juegan a tener comportamientos de adultos.Ahora que estoy buena paso y dices ¡Oh, nena, oh, nena!”.  Pues nada, suponemos que la niña en cuestión se ha desarrollado y que, según su criterio, está buena. Ese criterio se ve reforzado por la respuesta de los chicos que la observan al pasar y le dicen: ¡oh, nena, oh, nena! Confirmado, ahora está buena. Antes, cuando los chicos ni se fijaban en ella, no lo estaba. 

Salto de nuevo a las redes, a las sociales. Influencers, tik tokers, youtubers y Georginas de turno. Decid que hacéis trampa, que mostráis solo lo que queréis que se vea teniendo mucho cuidado de no enseñar nada que no se deba, ni una arruga, ni una barriguita, ni un gramito de más, mostrando esos cuerpos trabajados en gimnasios y quirófanos a base de sufrimiento y talonario. Porque esa influencia sobre millones requiere de la esclavitud del control de cada imagen, de cada video, de cada momento que se cuelga. Porque ellas – las niñas, las adolescentes- están pendientes de cuál será vuestro próximo movimiento, vuestra próxima opinión, vuestro próximo gesto. Y lo reproducen delante de un espejo, vestidas intentando cumplir el patrón, intentando marcar o dejar entrever aquello que empieza a asomar, pero aún no se ha desarrollado del todo, cualidades femeninas estresadas que afloran como pueden en sus cuerpos. 

Y ahora preparaos porque viene el gran salto. Recuerdo la premisa de partida, vieja como el tiempo: si estás buena, te miran; si no, prepárate que lo vas a tener difícil. Agarraos, por favor. De la esclavitud de las redes sociales saltamos a... ¡la esclavitud de la pornografía! ¡Ta-chán! ¿Qué os ha parecido? Un gran salto, ¿no? En realidad, el salto no es tan grande como parece. Me explico. 

La longitud del salto es proporcional al tiempo que se tarda en acceder a contenido pornográfico a través de un móvil. Poco. Aprovecho para avisar que ese tiempo, si existe un control parental eficaz sobre el dispositivo, se puede volver eterno. Por favor, más control parental. Por desgracia, todo este peso recae sobre los cansados hombros paternos y maternos, ya que -en este sentido- parece que las administraciones ni están ni se las esperan (sic). 

Así que tenemos chicas que, por lo que sea, sienten que no forman parte del grupo de las que “Ahora que estoy buena paso y dices ¡Oh, nena, oh, nena!. Esas mismas chicas tienen un dispositivo móvil que, por lo que sea, no tiene control parental; al realizar una búsqueda en Internet, topan con un link que les lleva directamente a contenido pornográfico. Paremos un momento para reflexionar. 

¿Cómo puede afectarles ese contenido? Pasado ese primer momento de curiosidad innata que todo adolescente puede y debe tener, fijará su atención en la mujer o las mujeres que aparecen en la escena. Y pensará:

¿Estarán buenas? Parece que si.

¿Están disfrutando? Parece que si.

¿Les gusta lo que hacen? Parece que si.

Como adulto y consumidor de pornografía que soy -valga la redundancia- creo que mis respuestas serían diferentes. Sí, consumidor de pornografía... el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. 

Volvamos al ejemplo. Sin información adicional que le ayude a poner en contexto lo que ha visto y con un punto añadido de vergüenza e inhibición a la hora de pedir ayuda a otras personas, el visionado de este contenido puede ser ejemplificador para ella. Devastador para su autoestima. 

Ya termino. Pero antes tengo que pedirle disculpas a la Índigo y a las RRSS. No era mi intención asociar la letra de su canción con el impacto negativo que pueda tener el visionado de contenido pornográfico en niñas. Tampoco pretendo demonizar las redes sociales; como todo, bien utilizado, puede convertirse en algo útil. 

Pero en el caso de esta canción, escogida entre otras muchas que adolecen de los mismos síntomas -dicho sea de paso-, se refuerza la idea de que el físico es lo más importante, haciendo más daño del que creemos. Ya existen suficientes riesgos, suficientes mensajes torticeros como para añadir un poco más de leña al fuego, aunque sea de forma indirecta. Llamadme radical, pero para mí, con que haya alguna niña que al escuchar esta canción se le haya revuelto algo por dentro porque a ella, ni en la escuela ni en el instituto, le han dicho al pasar: ¡Oh, nena, oh, nena!, ya merece la pena esta reflexión. 

¡Qué exagerado, si es solo una canción! ¡Qué forma de sacar los pies del tiesto!

Puede que sí. Pero prefiero sacar los pies del tiesto e intentar que la próxima vez que alguien se ponga a escribir la letra de una canción, parta de una perspectiva más amplia y tenga en cuenta las diferentes sensibilidades que pueda haber. Llamadme loco, pero creo que hasta le saldría una letra mejor, no sé. 

Al final se trata de insistir en la igualdad entre todas las personas, dejando de lado si son feas o guapas, listas o tontas. En general, creo que debemos optar por tomar otra dirección, la de quitar leña al fuego y dejar que se extinga poco a poco, tirándole cantidades ingentes de educación mientras seguimos luchando por una convivencia donde quepamos todos y todas.