Sólo, nunca estuvo acompañado.
Sólo
tenía el cielo y la tierra como compañeros de juego (ah, y unas
rocas donde todos los días, puntuales, las olas iban a romperse,
donde todas las primaveras y veranos niños sucios iban a robarle
esas rocas y a bañarse juntos en las olas).
Era muy fácil robarle porque no
poseía nada; él decía que lo compartía, el cielo y la tierra, lo
único que tenía. El cielo, la tierra y la botella donde su padre
guardaba sus sueños, sus deseos, como el genio de su vida.
Sólo
llora cuando ve sus lágrimas caer en las piedras de los niños
sucios, llora cuando se da cuenta de que está llorando, de que su
corazón pequeño ya no guarda como antes, celoso, sus esperanzas.
Llora cuando ve el cinturón gris del genio de la botella arrancarle
esas esperanzas a latigazos.
Quería
volar como las gaviotas, pero ya sólo quiere descansar, ni siquiera
huir. Ya no desea; sólo pide a las estrellas un pequeño barco con
una vela y dos remos a los lados para poder saludar al mar cuando
quiera, para que la tierra le de la bienvenida cuando llegue y las
rocas rompan en cualquier momento con fuerza su botella.