sábado, 27 de abril de 2013

Primera entrega


            Me despierto con el ruido de la calle, con un ruido que nunca se desvanece del todo, ni por la noche, de madrugada... se mantiene bajo mientras duerme conmigo... y con los primeros rayos de sol, vuelve a la vida en toda su plenitud. Lleva aquí más tiempo que los edificios, más tiempo que las tiendas y las calles, más tiempo incluso, que las personas... es un compañero infatigable que me acompaña desde que nací, en esta misma casa.

           Mientras me visto para ir a la calle, un autobús pasa por debajo de casa... debe ser el 3, a esta hora siempre va lleno. La boca del metro no deja de vomitar gente que camina de un sitio a otro... cuando salgo a la terraza puedo oír sus pasos que se entremezclan con una cadencia casi melodiosa. Y me viene el olor del cigarrillo de Manolo, de su bar, de su café y de sus clientes. Es una llamada a voz en grito que acelera mi corazón... abro la puerta de casa y me encuentro a la señora Inés en el rellano. Los crujidos del suelo de madera acompañan a mi saludo cuando llega el ascensor. Cierro la puerta no sin antes dedicarle una última sonrisa a mi octogenaria vecina.

Nada más cruzar el umbral de mi portal invade mis sentidos el olor a fruta y verdura fresca, es sábado y el mercado tiene que estar a rebosar. Pero lo primero es lo primero, mi ración diaria de cafeína con leche más sesión de cotilleo vecinal mientras leo el diario, eso es sagrado. De hecho sé que Paco, Manolo, Fran, Marta y su nueva pareja Cris, me están esperando impacientes para desembuchar todos los dimes y diretes que circulan por las venas de este pequeño trocito de ciudad, nuestro barrio.

Me separan exactamente 23 pasos de mi objetivo, 23 pasos en los cuales realizo tres paradas rutinarias:

. Primera parada (paso número 8). Parada de rigor para saludar a mi amigo Vicente, el portero del número 74 que tiene una habilidad especial para saber cualquier resultado de cualquier evento deportivo que haya tenido lugar recientemente a nivel nacional; lo mejor de todo es que Vicente sabe que a mí el deporte me interesa más bien poco… o bueno, entre poco y nada. Completamente ajeno a este hecho, Vicente realiza como siempre su deportivo comentario; completamente ajeno a su charla, yo le contesto la primera sandez que se me ocurre. No os equivoquéis… este intercambio de comentarios banales y sin importancia lleva teniendo lugar más de diez años, con lo que se ha ganado a base de constancia el calificativo de ritual de lo habitual (o ritual de lo banal) que ha sido por otro lado el culpable de tan bonita amistad.

. Segunda parada. Continúo mi andadura y al llegar al paso número 15 miro a la derecha y me encuentro una fila de cabezas embutidas en máquinas secadoras que no paran de cotorrear unas con otras. Nunca me miran pero yo disfruto desde el paso 15 al 20 (que es lo que dura el ventanal de la peluquería Matilde) igual que si estuviera delante de una pantalla de cine viendo cómo actúan, pendientes de lo que lleva la una o de lo que cuenta la otra,  y qué caras de satisfacción absoluta después de pasar una mañana dedicada sólo a ellas… me encantan. Más tarde os contaré algo sobre Matilde, por ahora nos centraremos en mi andadura.

. Tercera y definitiva parada. En el penúltimo paso, antes de llegar al 23, me paro unos instantes… hasta que alguien abre la puerta del bar y la invasión sensorial es completa, definitiva, fulminante… ya estoy preparado una vez más para entrar en mi santuario. 

martes, 26 de marzo de 2013

uno



Todo empieza nada más caer las manos
en lo que parece un acto de rendición
del que parte una nueva vida
mientras empiezan a vibrar las cuerdas…

… parecía un llanto lejano…
parecía un lamento traído por el viento
y que no podía dejar de oír

obsesionado

esfuerzo inútil por querer comprender
cuando la lengua se dirige al alma
y encierra las notas en palabras…

al pasar del susurro al llanto
me estremecí sin entender
que su voz recuperaba el cuerpo entregado
por propia voluntad,
a sabiendas de que se le devolverá
en cuanto la entonación deje el llanto atrás
y llegando la afinación desgarre tu alma

el alma del que escucha desnudo esa melodía
de indescriptible humanidad…
porque nace de nosotros
y se mantiene eterna

desgarrada garganta

con el poder de hacer latir o parar tu corazón
mientras el aire queda suspendido
entre sus manos
que tiemblan al vibrar,
la nota…
el alma, la canción

domingo, 10 de febrero de 2013

lluvia

Cuando llueve me acuerdo de mis padres…
de unas botas de agua y un paraguas…
de cómo transformaban un día frío y gris
en un juego
donde pisar el charco más grande
tenía una sonrisa como premio.

Me acuerdo de mi madre…
de cómo se le iluminaba la cara al verme
cuando volvía tan cansada...
de cocinar a su lado haciendo galletas o magdalenas
con los brazos en alto, blancos, llenos de harina...
devorando todos sus gestos, sus movimientos
preguntando cada paso…
qué era esto, para qué aquello…
y ella siempre respondía con paciencia
saciando mi curiosidad
enseñándome porqué lo hacía.

Me acuerdo de la mano de mi padre mientras paseábamos,
de lo grande que era, del calor que desprendían
y la seguridad que me invadía cuando la agarraba fuerte con la mía.

Los recuerdo a los dos sentados al lado de mi cuna
mientras me contaban cuentos inventados
de dimonis que tocaban música
a delfines que saltaban en el agua...
mientras ballenas que se tragaban
a peces que no recordaban,
eran remolcadas por grúas que pitaban
a tractores que soñaban
en verdes praderas donde atento,
un tal Frank,
vigilaba...
y así quedarme dormida…
mientras sin darme cuenta
el cuento soñaba.

Recuerdo el toc toc y la voz de mi padre al asomarse
los buenos días dibujados en su rostro al acercarse
y el amor encerrado en su mirada...
mantenerme tumbada y tantear,
con los dedos,
los barrotes de mi cama...
mientras tarareo una canción con la letra improvisada…
y estiro los brazos a sabiendas
de que mi padre, en cualquier momento,
sacará de su imaginaria chistera,
el biberón oculto tras su espalda.

Estos son sólo unos recuerdos, de los muchos que tengo...
de allí de donde con tanto cuidado fueron sembrados por vuestras manos
los recojo ahora y los guardo en estas letras
encerrando parte de lo que soy
por si alguna vez me hiciera falta
recordar...
y ya no estáis aquí.

Gracias papá, mamá