miércoles, 12 de julio de 2017

esta mañana




Aparqué el coche, y al bajarme  dejé una parte de mí allí dentro; cerré la puerta y empecé a caminar, como cuando caminas al viajar, extranjero en mi ciudad.

Hacía calor, la calle estrecha con sus pequeños balcones ennegrecidos por el tiempo, vacíos, me invitaban silenciosamente a salir de allí. Caminé por la acera, al cobijo que proporcionaba la cercanía de los edificios, al calor que emanaba de los aires acondicionados de los locales.

El sol me esperaba desafiante, reflejado en el asfalto, en las filas de coches, en los ventanales de las sucursales de bancos, invitándome a cruzar al otro lado y unirme a la procesión de gente que caminaba con sus trajes, sus maletines, sus gafas de sol con helados en la mano, sus pantalones cortos y sus mapas de la ciudad desplegados, su acento extranjero apenas perceptible por encima del ruido del tráfico, sus cámaras captando momentos que almacenan en una tarjeta para poder vivir después en sus casas.

Me quedé mirando este cuadro animado de la ciudad mientras seguía caminando. Y no era el único. Unos pasos más adelante había otras personas que también miraban, pero con una mirada diferente. Ellos pertenecían a la ciudad y la ciudad, devolviendo el favor, les había cedido una pequeña parte. Una o dos calles, donde se respiraba de otra manera, donde la vida parecía detenerse, presa de unos cuantos, sentados en sillas o puestos en pie, que miraban desde sus terrazas y sus esquinas con la autoridad del tiempo y el sacrificio cometido por estar allí.

Atravesé la calle con paso firme, sin detenerme, sin mirar a nadie a la cara y sin que me prestaran atención. Sabían que estaba de paso, que mi destino no era participar de su ciudad.

Volví al coche que me recibió con los brazos abiertos, con la cotidianidad del día a día, los trayectos del cole a casa, los atascos, las compras... y barrió de un volantazo todo atisbo de pensamiento anterior. En el recuerdo quedan estas personas que conviven con nosotros… porque son, eran y serán, parte de nuestra ciudad.

viernes, 7 de julio de 2017

y ahora toca...




Se paseaba en silencio entre nosotros mientras dejaba que la pregunta fuera calando en busca de una respuesta atinada. Recorrió una fila tras otra de la clase hasta que llegó a mi vera y nombrándome, puso una mano firme sobre mi hombro. Para mí, la única respuesta que tenía sentido en aquel entonces fue la que de manera tímida contesté. Eso fue en la universidad, y lo único que han hecho estos 20 años que separan aquel momento del presente, es que reafirme lo que dije en aquel entonces: la publicidad es MALA.
No me refería a la publicidad en sí, si no al uso que se hace de ella… por supuesto que habrá publicidad que ayude tanto al emisor como al que la recibe; pero los estereotipos, clichés, patrones machistas y la falta de ÉTICA han hecho mella en la industria hasta llegar a convertirla en un negocio que prioriza la venta y el consumo sobre todo lo demás.

En el artículo que he compartido aquí, se ponía de manifiesto una de las graves consecuencias de esta falta de moral, ‘los efectos de la hipersexualización de las niñas’: “…Por un lado se critica a una mujer que se vista de forma provocativa, pero se acepta a una niña vestida como una mujer, maquillada, con tacones y minifalda y a una mujer vestida como una niña, bordeando los límites de la pedofilia”. 
El artículo no tiene desperdicio.

Continúo.

Cada vez que veo anuncios en la tele, me pongo de mal humor: empieza poco a poco, con un anuncio de un anti-arrugas presentado por una mujer que no debe llegar a los 30, dirigido a personas mayores de 50 y con el mensaje implícito de la juventud eterna. Estupidez contra natura que se lleva repitiendo desde que tengo uso de razón y siempre con la misma estructura: no te aceptes como eres y asumas tu edad mostrando a la gente que te rodea lo feliz que puedes llegar a ser sólo asumiendo ese simple hecho; por el contrario, debes luchar con todas tus cremas, tus dietas y tus toxinas botulínicas por no aparentar la edad que tienes.
Al anuncio de anti-arrugas le sigue uno de coches, de todoterrenos, de tipos exitosos que conducen coches que se conducen solos y que me instigan a comprarme uno porque así podré llevar a las niñas al cole como el resto de exitosos y felices papás que aparecen en el anuncio. Me imagino la cara que pondrá mi coche actual, felizmente pagado y en perfecto estado, mientras me ve cómo babeo cuando veo pasar esos 4x4 a mi lado…si fuera él, me dejaría tirado en la cuneta a la espera de que algún coche cool con asistencia on-line en carretera me recogiera.
Entre tanto, se cuela un anuncio de moda: con la iglesia hemos topado. Más bien, con el canon de belleza exigible e ineludible por toda mujer que se precie como tal. Y si no cumples, has de aproximarte lo más posible a este canon y para ello, has de prestar mucha atención al siguiente anuncio que aparece en pantalla y que muestra la forma definitiva de perder peso en cuatro semanas (dejando tu salud a un lado y centrándose en ese pantalón que no acaba de cerrar). Normalmente, la combinación de este maravilloso producto con el anti-arrugas de hace un par de anuncios, produce un efecto milagro, haciendo que retroceda tu reloj vital y poniendo en duda los conceptos básicos de espacio-tiempo.

Toca el turno de los bancos y entidades financieras. De verdad que hay que quitarse el sombrero ante estos genios. Seguridad, ética, empatía, compromiso, solidaridad…una larga lista de calificativos que podría aplicarse a personas, animales, incluso a algún político…¿pero a un banco? Beneficios, riesgo, desahucios, preferentes, dinero, dinero y nada más que dinero…esto es un banco o entidad financiera. Nada más.

No podemos dejar de lado los anuncios de coca cola, Disney y comida basura que bombardean nuestras pantallas y oídos. Con coca cola me pasa algo parecido que con los bancos…esa imagen que se empeñan en asociar a su marca, de tal manera que si bebes este producto serás mejor persona, esos valores que deberían mostrar con mayor claridad la cantidad de azúcar (35gr) que hay en una coca cola de 330ml. Me molesta que mi hija me pregunte una y otra vez cuándo vamos a ir a Disney World y que me repita que quiere tal o cual vestido de princesa para su cumpleaños.
Aprovecho para introducir un pequeño alegato sobre los anuncios de juguetes, que aparecen en los canales temáticos infantiles: juguetes para niños, no juguetes para ellas y para ellos…quiero un disfraz de bailarín, una equipación de fútbol femenino, un juego de fuerza y agilidad y otro de moda y confección para todos y todas…quiero ver un conjunto rosa chicle unisex ¡y uno negro azabache para bebés! Ya está.


Volviendo a la universidad, aún recuerdo la cara que se le quedó al profesor de publicidad al oír mi respuesta…creo que se la esperaba, estaba ansioso porque algún incauto picara su anzuelo, y por supuesto, su réplica no dejó lugar a duda de que la publicidad era un bien necesario para el desarrollo y buen funcionamiento del sistema capitalista actual, que beneficiaba tanto a productores como a consumidores. En aquel entonces me callé y se salió con la suya, aunque para mis adentros, sabía que algo de todo eso no estaba bien. El tiempo hizo que pudiera identificar ese algo y darle un nombre. Ahora tengo herramientas para luchar y voz para decir que no… que por ahí, no paso.