Estábamos en el coche dirección al
gimnasio, y como siempre que vamos por ese camino, en cuanto lo vio a
lo lejos gritó emocionada: - El mar papá, el mar... al fondo -
Según ella, habíamos pasado ya el
puente corto, el túnel largo, la rampa larga también, y llegado por
fin arriba arriba de la colina que nos llevaría en su descenso hasta
nuestro destino.
Efectivamente... desde ese punto
privilegiado se alcanzaba a ver, cristalino, el mar.
-Sí, mi vida, es el mar-
Durante unos segundos lo tuvimos ahí
para nosotros, al alcance de nuestras manos.
-Está hablando- dijo ella
Me giré un segundo y comprobé que
efectivamente su rostro tenía esa expresión mezcla de atención,
comprensión y concentración. En seguida volví mis sentidos a la
carretera y le pregunté:
-¿Y qué te dice el mar?
Silencio.
Miré el espejo retrovisor y vi que
tenía los ojos cerrados... pensé que se había dormido... y me
imaginé su conversación... entre el mar y ella... entre dos años
de juventud y los siglos que tras ese azul espejo nos observan:
-Me ha dicho que no te preocupes
papá... que cuidará también de mi-
-Me ha dicho que está cansado, pero
aún así continuará, y su fuerza nunca mermará-
-Me ha dicho gracias... por escucharme-
-Me ha dicho que cada ola de cada playa
de cada mar, es como un hijo suyo... que nos lo entrega para que
juguemos con él, para que aprendamos... que es importante saber
entregar lo que más queremos para darnos cuenta de que tarde o
temprano volverá... de una forma u otra-
-Me ha dicho que el viento es su voz,
que nos susurra al oído a menudo... pero que tiene le sensación de
que nadie le escucha-
-Me ha dicho que su esencia está
escondida en lo más profundo de sus aguas, en un sitio donde
conviven la tierra, el aire, el mar y el fuego... en un sitio donde
no existe el tiempo ni el lugar, donde todo es porque nada tiene que
dejar de ser-
Silencio.
La siguiente salida era la nuestra y
mientras ponía el intermitente, como por arte de magia, ella
reconoció el sitio y empezó a decir:
-¡¡¡Gimnasio no!!!
El resto del camino fue una protesta en
toda regla: quejidos y lamentos sumados a gritos y sollozos dirigidos
en parte a la figura del gimnasio y en parte a mí.
No quería quedarse y protestó... como
si no fuera a verme nunca más... con ese llanto desconsolado que
usan los niños para romperle la voluntad a sus padres... pero no
había opción, se tuvo que quedar y yo me tuve que ir.
Fui por el mismo camino que había
venido de vuelta a casa... era Agosto y el aire acondicionado del
coche hacía lo que podía para cumplir con su deber... pero cuando
vi el mar bajé la ventanilla e inspiré profundamente... aún a
tanta distancia como me encontraba pude notar el aroma de la sal en
mi nariz, en mi paladar... pude notar una ligera brisa fresca en mi
cara... pero lo que no pude, por mucho que me esforcé y por mucho
que lo intenté fue oír su voz.