Pedro Quéquieresser paseaba a menudo. A Quéquieresser le gustaba pasear por el placer de pasear. En su camino, se cruzaba con el señor Notario, con Doña Redes Sociales… y siempre saludaba al señorito Don Miopinión, conocido en todas las habitaciones de su casa. De Mayor -tal era su flamante y segundo apellido- era una persona que tenía pocas aficiones; entre esas pocas, la que más tilín le hacía era la de perder el tiempo. Intentaba perderlo siempre que podía, incluso lo escondía en lugares recónditos de su casa para no toparse con él: en el fondo derecho del armario empotrado; en la esquina superior del altillo de la cocina -donde su mano no se atrevía a llegar- y detrás del cojín descosido del sofá roído del salón de estar a gusto.
A Quéquieresser también le gustaba tener
amigos, pero no de los que aparecen en las pantallas o te hablan al oído a
través de un micrófono… no. A De Mayor le gustaban esas personas que salen a la
calle llueva, truene o escampe; aquellas personas con las que se puede jugar al
pillapilla porque se pueden tocar; en definitiva, aquellas personas que
corrensaltanjuegangritanbailanrompenríencorrendenuevolloranyvuelvenagritarriéndose.
Una de las cosas que no le gustaba a Pedro era
cuando pasaban lista en clase:
- ¿Quéquieresser De Mayor, Pedro? - A lo que
él respondía:
- ¡Presente!
Otras veces - cuando le presentaban a alguien
- la gente no entendía a la primera su nombre y lo repetían lentamente para asegurarse
de que lo habían oído bien.
- ¿Quéquieresser De Mayor, Pedro? - A lo que
él siempre respondía:
- ¡Encantado de conocerte!
Al oír su respuesta, la gente se le quedaba
mirando fijamente, como si no entendieran nada. Y esto tampoco le gustaba a De
Mayor.
Como es normal, Quéquieresser nunca había
perdido mucho tiempo pensando en su nombre, ¡y eso que a él le encantaba perder
el tiempo, como ya sabéis!
Pero llegó un día en que De Mayor se cansó de
tanto pasar lista y de tanta cara rara y decidió cambiarse el nombre. No os
extrañéis, esto era bastante común en villa Mellamocomoquiera.
Finalmente - después de no pensarlo demasiado -
eligió su nuevo nombre:
Pedro Megustajugar Talcomosoy.
Enseguida, Megustajugar se puso a perder el
tiempo, paseando, encontrando nuevos amigos que, al conocerle, le preguntaban:
- ¡Hola! ¿Cómo te llamas?
- Megustajugar Talcomosoy.
- ¡Encantado de conocerte!