martes, 23 de enero de 2024

Siempre pensé que el coche era mío

Siempre pensé que el coche era mío. A veces me invade una sensación extraña, como si me faltara algo, y cuando miro alrededor siempre me fijo en los demás y me imagino que tienen todo aquello que se supone debes tener cuando llegas a una determinada edad. A mí me pasa al revés, no encuentro nada que pueda considerar mío, hasta que mi mente acaba dirigiéndose siempre al mismo sitio, mi coche. Por eso siempre he pensado que mi coche era mío, más por esa sensación que por el hecho de haber estado pagándolo durante algunos años. La vida me ha recordado, porque a mí se me había olvidado, que cuando compré el vehículo, este no era de primera mano, sino de ocasión. Y esto hace, fíjate tú la tontería, que disminuya levemente ese orgullo de única posesión que tienes. Sigo pensando que el coche es mío, pero no es de primera mano. Es como aquella canción que cantaba Julio Iglesias sobre que lo mejor de la vida de otra persona se lo había llevado él. Y no es que yo crea que lo mejor de mi coche se lo ha llevado quien condujo sus primeros 1.000 kilómetros, sería tan absurdo pensar eso como lo es el mensaje de la canción. Se trata de que cuando miras para atrás y cometes el estúpido, infantil, común y poco aconsejable error de compararte con quien tienes alrededor, tu cerebro te manda el mensaje de que podrías haber hecho más para conseguir tu coche de primera mano, uno de la marca con la que siempre habías soñado, junto con el chalet y el pisito en la playa.

martes, 16 de enero de 2024

Emancipación o no emancipación... esa es la cuestión

¡Uf! Hay veces que no puedo, lo escucho y es como si me dieran un puñetazo en el estómago... la edad de emancipación de los jóvenes en España... ¡uf! 

Pues resulta que, de media, los jóvenes españoles que quieren abandonar el nido lo hacen a la friolera de los 30 años (¡uf!); la razón de ello -quitando los que de manera voluntaria o por dejadez o porque les lleva la corriente y se encuentran cómodos en esa situación (¡uf, uf!)- es que no pueden costearse una vivienda donde desarrollar su proyecto de vida. Este factor económico, viene derivado por la clase social a la que pertenezcas -o sea- el dinero que tus padres puedan aportar para afrontar de forma cómoda y fructuosa esa aventura. 

Y esto me lleva al meollo de mi indignación... que afecta directamente a este enorme problema al que se enfrenta nuestra sociedad y más concretamente, nuestros jóvenes. La educación privada UF!). 

Existe una dicotomía clara: por un lado, están los/las jóvenes que cuentan con un respaldo económico considerable y que, si por méritos propios no alcanzan para ingresar de manera ordinaria en una universidad o centro de enseñanza superior, tienen la opción de –previo pago de un monto muy considerable de dinero- acceder a un centro privado. Esta opción, para aquellos que se la pueden costear, es muy atractiva ya que resulta que puedes plantarte a una edad temprana con tu doble grado, tu máster del universo y un título de idiomas expedido cuando pasaste un año de fiesta en el extranjero ¡oh gracias, divina providencia! Por delante vaya mi perdón a aquellas personas que se puedan sentir identificadas con esta opción - yo el primero, he estudiado en dos universidades privadas (¡UF, UF!)- y a las que de alguna manera haya podido ofender... mi intención es criticar el proceso, no al individuo que se aprovecha de él. Por dónde íbamos... ¡ah sí! Con tus títulos bajo el brazo, el mercado laboral te acogerá amablemente en su seno ya que interpretará todos esos títulos -bien pagados- como un cumplimiento de los requisitos, un pasaporte o visa de larga duración, que te dará acceso a las oportunidades de dicho mercado y, por ende, a tu emancipación.

Por otro lado, están las personas que no tienen ese respaldo económico. Algunas, tras años de estudio en universidades o centros de formación públicos - a veces compaginados con trabajos ocasionales- consiguen tener acceso al mercado laboral. Camino arduo que conlleva una recompensa no tan elevada como debería en un principio. Otros, cada vez más, acaban saliendo al mercado laboral con escasa o nula formación uf!-. Las posibilidades se reducen sustantivamente, no de conseguir un trabajo, pero sí de que sea digno de ese nombre. Ni que decir tiene entonces del acceso a una vivienda. 

Claro que no todo el mundo debe tener formación universitaria para acceder a un trabajo digno. Claro que tiene que haber centros educativos privados de formación superior. Claro que debemos reforzar nuestro sistema educativo público para que pueda ser la contrapartida a esta oferta privada de pago donde acceden unos pocos. 

Claro que el esfuerzo y el sacrificio deben ser recompensados. Claro que existen diferencias sociales, cada vez más marcadas. Pero el derecho a una vivienda y a un trabajo digno no debería tener estos criterios de acceso tan desiguales. Para un mejor reparto de oportunidades, apostemos por un sistema público educativo más fuerte y eficaz, capaz de adaptarse a los cambios constantes que sufre nuestra sociedad y nuestro mercado laboral. ¡Uf! Lo dejo aquí que esta última frase parece sacada del discurso del político de turno. Chao.