miércoles, 14 de diciembre de 2016

sacando un poco los pies del tiesto buscando en el baúl de los recuerdos

Recuerdo partes de mi adolescencia,

y muchas de ellas tienen que ver con mis amigos de entonces

amigos inseparables con los que empecé a recorrer las calles del barrio

recuerdo comprar nuestros primeros botellones

recuerdo una riada humana dirigiendo sus pasos hacia un castillo abandonado

y recuerdo pasármelo muy bien

y vagamente recuerdo pasarlo muy, pero que muy mal

recuerdo ser arrastrado calle abajo por dos amigos míos, pero no recuerdo haber llegado a casa

recuerdo ir sujetando en volandas a un amigo que había sufrido un coma etílico, esperando a que llegara la ambulancia

recuerdo perder la consciencia en un soportal lejos de casa y levantarme horas después con la cara  manchada de vómito

Pero lo que no recuerdo, a no ser que la memoria me falle, es que nunca me hayan violado...

no recuerdo notar una mano ajena tocándome sin mi consentimiento,

no recuerdo que, de madrugada, me hayan seguido por la calle un grupo de mujeres desconocidas,

no recuerdo haber oído comentarios lascivos acerca de mi cuerpo o mis movimientos provocativos, de la ropa que llevaba o de las cosas que podrían hacerme ’si yo te pillara’.

y definitivamente, no recuerdo sentir cómo alguien, en contra de mi voluntad, sin mi consentimiento, y usando la provocación como excusa, haya penetrado mi cuerpo o lo haya utilizado para proporcionarle placer sexual, de cualquiera de las maneras.

Cuando era adolescente iba a fiestas en casas de amigos, en las que la gente bebía. Yo lo hacía, y mucho. Llegaba un momento de la noche en el que mi único objetivo era conseguir ‘liarme’ con alguna chica, conseguir ‘pillar’. En mi caso, lo único que me mantenía dentro de los límites de la humanidad era mi educación y mi interacción dentro de la propia sociedad, mis miedos y represiones mantenían a raya esa mezcla explosiva de testosterona y alcohol que te hace desear a una mujer de igual manera que lo hacen los animales en esos documentales que emiten durante la sobremesa y en los que varios machos se pelean por la posesión de una hembra, con la salvedad de que en este caso los machos son animales irracionales regidos por sus instintos y no están afectados por la ingesta de alcohol u otras drogas; y las hembras, aparte de irracionales, emiten una serie de señales inequívocas a los machos para avisarles de que están en celo y que es época de apareamiento.

Estas señales inequívocas, se vuelven peligrosamente interpretables bajo el escrutinio del ser humano, tanto en la etapa adolescente como en la adulta.

Sin siquiera darte cuenta empiezas a mirar a las mujeres que te rodean de forma diferente, te da la impresión de que sus movimientos y posturas corporales son más provocativas, que incluso te hablan de forma diferente, sus gestos, sus labios, su boca... todo rezuma sexualidad, y se apodera de ti esa parte animal que desea a toda costa ‘meterla en caliente’.

Al reflexionar con la perspectiva de los años me doy cuenta que mi educación ha sido un factor tanto positivo como negativo a la hora de afrontar esta problemática.

Mediante la educación recibida, me inculcaron una serie de valores entre los cuales estaban el respeto al prójimo; pero considero igual de importantes otros valores que o no se me transmitieron o no supe hacer míos en aquel momento, y que con el tiempo, he aprendido a asimilar.

Que las mujeres no son diferentes a los hombres, que ellas también tienen su propia sexualidad, sus deseos ‘irreprimibles’ que por desgracia tienen que reprimir lo antes posible, en un proceso vital de supervivencia crudo y cruel muchas veces, so pena de caer en ‘si es que son más putas que las gallinas’

Que cuesta superar el rechazo de una mujer, cuando ves que se va con otro y no contigo, cuando acabas por convencerte de que eres mejor que ella, de que eres más fuerte además, reprimiendo esa sensación de rechazo e inseguridad bajo una capa de 'machito follador', incapaz de hablar de tú a tú a una mujer o a un hombre.

Que la sociedad en la que vivimos no es una sociedad igualitaria, que no es lo mismo ser hombre que mujer, que la violencia de género está arraigada en nuestro país, que no vas a cobrar lo mismo que un hombre por hacer el mismo trabajo, que te someterás al canon de belleza que imponga la moda del momento.

Que nosotros, los hombres, seguiremos mirando a otra parte en vez de mirar a la cara a las víctimas (nuestras mujeres, hermanas y amigas) y aguantar la vergüenza, y reaccionar a ella; nosotros consumidores del negocio de la pornografía, donde se muestran mujeres objeto sometidas al rol de la supremacía del machismo, donde no hay límites al deseo irrefrenable de tus más ocultas fantasías y se da por sentada la aquiescencia de la mujer... 'podrás hacer con ella lo que quieras, no se va a negar… es más, seguro que le gusta a esa zorra'.
Estereotipos que se perpetúan generación tras generación, donde la publicidad y los medios de comunicación afrontan de manera hipócrita y superficial estos problemas bajo el yugo del todopoderoso dinero, donde la inutilidad de nuestros dirigentes sigue campando a sus anchas, y donde, por desgracia, pasan tantas y tantas otras cosas que no alcanzo a ver.

Al mirar atrás, recuerdo aquella época de adolescencia con un sabor agridulce en la boca… y ahora que soy padre de dos niñas, espero que tengan suerte de encontrar buenos amigos como tuve yo, darles las herramientas que estén a mi alcance y la libertad para usarlas como crean conveniente para defenderse y desenvolverse en sociedad… en definitiva, como desearía cualquier padre a sus hijas, que sean felices.