viernes, 19 de abril de 2024

Chaqueta metálica

 

Siempre hay alguien que rompe la norma, pero es que hay tantas probabilidades de romperla alguna vez, que tarde o temprano te toca. Y cuando eres tú el que está en el centro de la diana, es cuando te preguntas porqué te están juzgando, solo has fallado esta vez. Todos han triunfado donde tú fracasaste. Era fácil. Aun así, la vara de medir estaba demasiado alta para ti, no para los demás. Errar así hace que la herida penetre hondo, porque dabas por hecho que nunca te iba a pasar.

¿Por qué actuamos de este modo? La pertenencia al grupo, el egoísmo, la envidia, las inseguridades… la lista de la compra del diablo rojo con tridente que, grabado a fuego en nuestro imaginario, justifica nuestra falta de empatía. Porque cuando no somos nosotros quienes fallamos, nos cuesta entender el fallo y se dispara la crítica. Pero cuando nos toca, el diablo no sale al rescate, no. ¡Diablo, fuego amigo que te rodea! Que certero susurra al oído, cercano e íntimo, tu catarata de errores.

Huella difícil de borrar, simiente que labra hondo nuestra alma. Fruto que, a veces, resulta mortal.

martes, 9 de abril de 2024

Miénteme

 

No me mientas por la mañana

que me daré cuenta

miénteme por la noche

para que pueda creérmelo

 

No me mientas de día

cuando el sol proyecta tu sombra

miénteme en la oscuridad

de tus abrazos

 

No me mientas, mi amor

que de lunes a viernes expectante

anhela el fin del hábito

devastado por tu ausencia

 

Miénteme, como siempre,

pero hazlo, no te olvides de hacerlo

que muero esperando el engaño

y engañado vivo de nuevo

 

Miénteme de verdad

sé honesto contigo

en ese rincón donde el engaño

vive disfrazado, conmigo


jueves, 21 de marzo de 2024

En las trincheras

 

Un día cualquiera, en las trincheras...

 

S1. Hace frío esta mañana… y encima está lloviendo.

S2. Sí, hace un tiempo de perros.

S1. Menos mal que nos toca guardia en la trinchera.

S2. ¿Pero qué trinchera?

S1. La del título de este cuento para adultos que se sacó de la manga el que teclea.

S2. ¡Pero si no existen las trincheras! Eso es del siglo pasado. Ahora lo que hacemos es 1º bombardear hasta la ruina, 2º rematar la zona con drones de guerra y 3º avanzar con artillería pesada, por si las moscas.

S1. Ah, pues dicho así, parece que sabe algo de guerra el que escribe, cuando en realidad no tiene ni puñetera idea… pero, si no estamos en la trinchera, ¿dónde estamos?

S2. Buscando entre los escombros indicios de terrorismo.

S1. ¿Y a esto lo llaman guerra?

S2. Sí, es la nueva guerra del siglo XXI, aniquilar a tu adversario sin importar que tu enemigo esté derrotado hace tiempo, dejar morir de hambre a la gente, ocupar territorios yermos, y todo eso con el beneplácito y la connivencia del resto del mundo, que mira para otro lado, como cuando recibes por algún medio -ya sea vía redes o comunicación tradicional- alguna imagen o vídeo de la barbarie y apartas la vista, simulando que te afecta.

S1. Te refieres a lo mismo que hace el que redacta estas líneas desde el salón de su casa ¿no?

S2. Exactamente.

S1. Pero entonces, ¿no hay un porqué para todo esto?

S2. Sí, claro. Los que tienen más, tendrán mucho más… y los que tienen menos o nada… esos no importan porque ya no estarán.

S1. Entiendo. Bueno, sigamos buscando entre las ruinas de nuestra humanidad excusas que nos sirvan para dormir por las noches, para dejar de ver al ser humano que tenemos enfrente y cambiarlo por el terrorista y, de esta forma, cerrar el círculo que perpetúe este diabólico sinsentido. ¡Para ya de escribir! Le grito al que desliza de forma torpe los dedos por las letras del teclado, porque no me gusta esto, porque ya no aguanto más.

martes, 23 de enero de 2024

Siempre pensé que el coche era mío

Siempre pensé que el coche era mío. A veces me invade una sensación extraña, como si me faltara algo, y cuando miro alrededor siempre me fijo en los demás y me imagino que tienen todo aquello que se supone debes tener cuando llegas a una determinada edad. A mí me pasa al revés, no encuentro nada que pueda considerar mío, hasta que mi mente acaba dirigiéndose siempre al mismo sitio, mi coche. Por eso siempre he pensado que mi coche era mío, más por esa sensación que por el hecho de haber estado pagándolo durante algunos años. La vida me ha recordado, porque a mí se me había olvidado, que cuando compré el vehículo, este no era de primera mano, sino de ocasión. Y esto hace, fíjate tú la tontería, que disminuya levemente ese orgullo de única posesión que tienes. Sigo pensando que el coche es mío, pero no es de primera mano. Es como aquella canción que cantaba Julio Iglesias sobre que lo mejor de la vida de otra persona se lo había llevado él. Y no es que yo crea que lo mejor de mi coche se lo ha llevado quien condujo sus primeros 1.000 kilómetros, sería tan absurdo pensar eso como lo es el mensaje de la canción. Se trata de que cuando miras para atrás y cometes el estúpido, infantil, común y poco aconsejable error de compararte con quien tienes alrededor, tu cerebro te manda el mensaje de que podrías haber hecho más para conseguir tu coche de primera mano, uno de la marca con la que siempre habías soñado, junto con el chalet y el pisito en la playa.

martes, 16 de enero de 2024

Emancipación o no emancipación... esa es la cuestión

¡Uf! Hay veces que no puedo, lo escucho y es como si me dieran un puñetazo en el estómago... la edad de emancipación de los jóvenes en España... ¡uf! 

Pues resulta que, de media, los jóvenes españoles que quieren abandonar el nido lo hacen a la friolera de los 30 años (¡uf!); la razón de ello -quitando los que de manera voluntaria o por dejadez o porque les lleva la corriente y se encuentran cómodos en esa situación (¡uf, uf!)- es que no pueden costearse una vivienda donde desarrollar su proyecto de vida. Este factor económico, viene derivado por la clase social a la que pertenezcas -o sea- el dinero que tus padres puedan aportar para afrontar de forma cómoda y fructuosa esa aventura. 

Y esto me lleva al meollo de mi indignación... que afecta directamente a este enorme problema al que se enfrenta nuestra sociedad y más concretamente, nuestros jóvenes. La educación privada UF!). 

Existe una dicotomía clara: por un lado, están los/las jóvenes que cuentan con un respaldo económico considerable y que, si por méritos propios no alcanzan para ingresar de manera ordinaria en una universidad o centro de enseñanza superior, tienen la opción de –previo pago de un monto muy considerable de dinero- acceder a un centro privado. Esta opción, para aquellos que se la pueden costear, es muy atractiva ya que resulta que puedes plantarte a una edad temprana con tu doble grado, tu máster del universo y un título de idiomas expedido cuando pasaste un año de fiesta en el extranjero ¡oh gracias, divina providencia! Por delante vaya mi perdón a aquellas personas que se puedan sentir identificadas con esta opción - yo el primero, he estudiado en dos universidades privadas (¡UF, UF!)- y a las que de alguna manera haya podido ofender... mi intención es criticar el proceso, no al individuo que se aprovecha de él. Por dónde íbamos... ¡ah sí! Con tus títulos bajo el brazo, el mercado laboral te acogerá amablemente en su seno ya que interpretará todos esos títulos -bien pagados- como un cumplimiento de los requisitos, un pasaporte o visa de larga duración, que te dará acceso a las oportunidades de dicho mercado y, por ende, a tu emancipación.

Por otro lado, están las personas que no tienen ese respaldo económico. Algunas, tras años de estudio en universidades o centros de formación públicos - a veces compaginados con trabajos ocasionales- consiguen tener acceso al mercado laboral. Camino arduo que conlleva una recompensa no tan elevada como debería en un principio. Otros, cada vez más, acaban saliendo al mercado laboral con escasa o nula formación uf!-. Las posibilidades se reducen sustantivamente, no de conseguir un trabajo, pero sí de que sea digno de ese nombre. Ni que decir tiene entonces del acceso a una vivienda. 

Claro que no todo el mundo debe tener formación universitaria para acceder a un trabajo digno. Claro que tiene que haber centros educativos privados de formación superior. Claro que debemos reforzar nuestro sistema educativo público para que pueda ser la contrapartida a esta oferta privada de pago donde acceden unos pocos. 

Claro que el esfuerzo y el sacrificio deben ser recompensados. Claro que existen diferencias sociales, cada vez más marcadas. Pero el derecho a una vivienda y a un trabajo digno no debería tener estos criterios de acceso tan desiguales. Para un mejor reparto de oportunidades, apostemos por un sistema público educativo más fuerte y eficaz, capaz de adaptarse a los cambios constantes que sufre nuestra sociedad y nuestro mercado laboral. ¡Uf! Lo dejo aquí que esta última frase parece sacada del discurso del político de turno. Chao.

martes, 19 de diciembre de 2023

Soy aquella niña

No Lola, no te preocupes. Sé que hace bastante que salió al mercado esta canción y que ya no está en las listas de éxitos. Pero lo estuvo, vaya si lo estuvo. Llevo un tiempo queriendo escribir estas líneas y creo que por fin he encontrado el momento adecuado para hacerlo. Vayamos entonces al meollo de la cuestión. 

Soy aquella niña de la escuela 
La que no te gustaba ¿me recuerdas? 
Ahora que estoy buena, paso y dices 
¡Oh, nena, oh, nena! 

Voy a centrarme solo en esta parte porque creo que, como buen estribillo, representa el mensaje que la canción quiere transmitir. Antes no te gustaba, pero ahora que estoy buena te fijas y babeas. Sí, centrémonos entonces, como dice el texto, en el físico. Porque en realidad, va a ser lo único que haga que se fijen en ti, chica pre o adolescente a la que va dirigida esta letra. Evidentemente, no estamos hablando de complejas relaciones entre adultos que buscan algo más en sus parejas que poco o nada tengan que ver con el físico. De verdad que siempre me ha parecido muy difícil el uso del sarcasmo en la escritura... a mí, por lo menos, siempre que lo he intentado -como ahora- no me ha salido bien. 

Dejando de lado esta última reflexión, debemos volver al caso que nos ocupa y preocupa: la priorización del físico por encima de todas las demás cualidades. Recordemos: 

“La que no te gustaba ¿me recuerdas? Ahora que estoy buena, paso y dices ¡Oh, nena, oh, nena!”. 

Nada nuevo en la oficina. Si estoy buena, me miras; y si no lo estoy, soy invisible. Pues nada chicas, esto es lo que hay. Todo sigue igual. O habéis nacido con determinadas condiciones genéticas que os hagan atractivas a los ojos de los demás -independientemente del resto de cualidades que poseáis y que nada tienen que ver con el físico- o estáis listas, iros preparando para el ostracismo. De hecho, es tanto el peso específico que tiene el físico que tanto tu cuerpo como tu cara tienen que estar por encima de un nivel estándar. Preparaos que estamos llegando al meollo. 

¿Quién marca ese estándar? ¿Quién decide que nuestras hijas –y también hijos, pero me centro más en ellas porque aún no he oído esa canción donde digan que “Ahora que estoy bueno, paso y dices ¡Oh, nene, oh, nene!”- tengan que cumplir con cierto criterio estético para atraer a otra persona? 

Pues la respuesta la podemos encontrar cerca de nosotros, concretamente en nuestros bolsillos. Antes estaba en una sola pantalla, constreñida en nuestros televisores. De ahí ha saltado, por arte de conexión 4G, a nuestros móviles. Instagram, Tik Tok, Youtube, X son las culpables de ayudar a perpetuar la esclavitud de la imagen a la que se somete a nuestra juventud; y en particular, a ellas. 

Volvamos por un momento a nuestra canción. “Soy aquella niña de la escuela”. Pues es que, a lo mejor, cuando aquella niña estaba en la escuela aún no se había desarrollado. Aunque tengamos presente el salto generacional –a día de hoy, los niños van quemando etapas más rápidamente de lo que lo hacíamos nosotros-, no podemos obviar el hecho de que son niños y niñas que juegan a tener comportamientos de adultos.Ahora que estoy buena paso y dices ¡Oh, nena, oh, nena!”.  Pues nada, suponemos que la niña en cuestión se ha desarrollado y que, según su criterio, está buena. Ese criterio se ve reforzado por la respuesta de los chicos que la observan al pasar y le dicen: ¡oh, nena, oh, nena! Confirmado, ahora está buena. Antes, cuando los chicos ni se fijaban en ella, no lo estaba. 

Salto de nuevo a las redes, a las sociales. Influencers, tik tokers, youtubers y Georginas de turno. Decid que hacéis trampa, que mostráis solo lo que queréis que se vea teniendo mucho cuidado de no enseñar nada que no se deba, ni una arruga, ni una barriguita, ni un gramito de más, mostrando esos cuerpos trabajados en gimnasios y quirófanos a base de sufrimiento y talonario. Porque esa influencia sobre millones requiere de la esclavitud del control de cada imagen, de cada video, de cada momento que se cuelga. Porque ellas – las niñas, las adolescentes- están pendientes de cuál será vuestro próximo movimiento, vuestra próxima opinión, vuestro próximo gesto. Y lo reproducen delante de un espejo, vestidas intentando cumplir el patrón, intentando marcar o dejar entrever aquello que empieza a asomar, pero aún no se ha desarrollado del todo, cualidades femeninas estresadas que afloran como pueden en sus cuerpos. 

Y ahora preparaos porque viene el gran salto. Recuerdo la premisa de partida, vieja como el tiempo: si estás buena, te miran; si no, prepárate que lo vas a tener difícil. Agarraos, por favor. De la esclavitud de las redes sociales saltamos a... ¡la esclavitud de la pornografía! ¡Ta-chán! ¿Qué os ha parecido? Un gran salto, ¿no? En realidad, el salto no es tan grande como parece. Me explico. 

La longitud del salto es proporcional al tiempo que se tarda en acceder a contenido pornográfico a través de un móvil. Poco. Aprovecho para avisar que ese tiempo, si existe un control parental eficaz sobre el dispositivo, se puede volver eterno. Por favor, más control parental. Por desgracia, todo este peso recae sobre los cansados hombros paternos y maternos, ya que -en este sentido- parece que las administraciones ni están ni se las esperan (sic). 

Así que tenemos chicas que, por lo que sea, sienten que no forman parte del grupo de las que “Ahora que estoy buena paso y dices ¡Oh, nena, oh, nena!. Esas mismas chicas tienen un dispositivo móvil que, por lo que sea, no tiene control parental; al realizar una búsqueda en Internet, topan con un link que les lleva directamente a contenido pornográfico. Paremos un momento para reflexionar. 

¿Cómo puede afectarles ese contenido? Pasado ese primer momento de curiosidad innata que todo adolescente puede y debe tener, fijará su atención en la mujer o las mujeres que aparecen en la escena. Y pensará:

¿Estarán buenas? Parece que si.

¿Están disfrutando? Parece que si.

¿Les gusta lo que hacen? Parece que si.

Como adulto y consumidor de pornografía que soy -valga la redundancia- creo que mis respuestas serían diferentes. Sí, consumidor de pornografía... el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. 

Volvamos al ejemplo. Sin información adicional que le ayude a poner en contexto lo que ha visto y con un punto añadido de vergüenza e inhibición a la hora de pedir ayuda a otras personas, el visionado de este contenido puede ser ejemplificador para ella. Devastador para su autoestima. 

Ya termino. Pero antes tengo que pedirle disculpas a la Índigo y a las RRSS. No era mi intención asociar la letra de su canción con el impacto negativo que pueda tener el visionado de contenido pornográfico en niñas. Tampoco pretendo demonizar las redes sociales; como todo, bien utilizado, puede convertirse en algo útil. 

Pero en el caso de esta canción, escogida entre otras muchas que adolecen de los mismos síntomas -dicho sea de paso-, se refuerza la idea de que el físico es lo más importante, haciendo más daño del que creemos. Ya existen suficientes riesgos, suficientes mensajes torticeros como para añadir un poco más de leña al fuego, aunque sea de forma indirecta. Llamadme radical, pero para mí, con que haya alguna niña que al escuchar esta canción se le haya revuelto algo por dentro porque a ella, ni en la escuela ni en el instituto, le han dicho al pasar: ¡Oh, nena, oh, nena!, ya merece la pena esta reflexión. 

¡Qué exagerado, si es solo una canción! ¡Qué forma de sacar los pies del tiesto!

Puede que sí. Pero prefiero sacar los pies del tiesto e intentar que la próxima vez que alguien se ponga a escribir la letra de una canción, parta de una perspectiva más amplia y tenga en cuenta las diferentes sensibilidades que pueda haber. Llamadme loco, pero creo que hasta le saldría una letra mejor, no sé. 

Al final se trata de insistir en la igualdad entre todas las personas, dejando de lado si son feas o guapas, listas o tontas. En general, creo que debemos optar por tomar otra dirección, la de quitar leña al fuego y dejar que se extinga poco a poco, tirándole cantidades ingentes de educación mientras seguimos luchando por una convivencia donde quepamos todos y todas.