Me
despierto con el ruido de la calle, con un ruido que nunca se desvanece del
todo, ni por la noche, de madrugada... se mantiene bajo mientras duerme
conmigo... y con los primeros rayos de sol, vuelve a la vida en toda su
plenitud. Lleva aquí más tiempo que los edificios, más tiempo que las tiendas y
las calles, más tiempo incluso, que las personas... es un compañero infatigable
que me acompaña desde que nací, en esta misma casa.
Mientras
me visto para ir a la calle, un autobús pasa por debajo de casa... debe ser el
3, a esta hora siempre va lleno. La boca del metro no deja de vomitar gente que
camina de un sitio a otro... cuando salgo a la terraza puedo oír sus pasos que
se entremezclan con una cadencia casi melodiosa. Y me viene el olor del
cigarrillo de Manolo, de su bar, de su café y de sus clientes. Es una llamada a
voz en grito que acelera mi corazón... abro la puerta de casa y me encuentro a
la señora Inés en el rellano. Los crujidos del suelo de madera acompañan a mi
saludo cuando llega el ascensor. Cierro la puerta no sin antes dedicarle una última
sonrisa a mi octogenaria vecina.
Nada más cruzar el
umbral de mi portal invade mis sentidos el olor a fruta y verdura fresca, es
sábado y el mercado tiene que estar a rebosar. Pero lo primero es lo primero,
mi ración diaria de cafeína con leche más sesión de cotilleo vecinal mientras
leo el diario, eso es sagrado. De hecho sé que Paco, Manolo, Fran, Marta y su nueva
pareja Cris, me están esperando impacientes para desembuchar todos los dimes y
diretes que circulan por las venas de este pequeño trocito de ciudad, nuestro barrio.
Me separan
exactamente 23 pasos de mi objetivo, 23 pasos en los cuales realizo tres
paradas rutinarias:
. Primera parada (paso
número 8). Parada de rigor para saludar a mi amigo Vicente, el portero del
número 74 que tiene una habilidad especial para saber cualquier resultado de
cualquier evento deportivo que haya tenido lugar recientemente a nivel
nacional; lo mejor de todo es que Vicente sabe que a mí el deporte me interesa
más bien poco… o bueno, entre poco y nada. Completamente ajeno a este hecho,
Vicente realiza como siempre su deportivo comentario; completamente ajeno a su
charla, yo le contesto la primera sandez que se me ocurre. No os equivoquéis… este
intercambio de comentarios banales y sin importancia lleva teniendo lugar más de
diez años, con lo que se ha ganado a base de constancia el calificativo de
ritual de lo habitual (o ritual de lo banal) que ha sido por otro lado el
culpable de tan bonita amistad.
. Segunda parada. Continúo
mi andadura y al llegar al paso número 15 miro a la derecha y me encuentro una
fila de cabezas embutidas en máquinas secadoras que no paran de cotorrear unas
con otras. Nunca me miran pero yo disfruto desde el paso 15 al 20 (que es lo
que dura el ventanal de la peluquería Matilde) igual que si estuviera delante
de una pantalla de cine viendo cómo actúan, pendientes de lo que lleva la una o
de lo que cuenta la otra, y qué caras de
satisfacción absoluta después de pasar una mañana dedicada sólo a ellas… me
encantan. Más tarde os contaré algo sobre Matilde, por ahora nos centraremos en
mi andadura.
. Tercera y
definitiva parada. En el penúltimo paso, antes de llegar al 23, me paro unos
instantes… hasta que alguien abre la puerta del bar y la invasión sensorial es
completa, definitiva, fulminante… ya estoy preparado una vez más para entrar en
mi santuario.
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