Hace ya algún tiempo que no escribo… y no es fácil sentirse
así, como vacío…
Es curioso: los recuerdos, tus vivencias, tu imaginación… te
llenan mientras los vuelcas en la pantalla del ordenador, estás vivo y viviendo
a la vez, en un sentido muy literal.
Ahora llevo un tiempo en el que el peso de la página en
blanco me hunde en la silla, y el parpadeo del cursor me da dolor de cabeza. Y
no es que no quiera, es que no me sale. Y digo que no me sale porque creo que
todos tenemos algo que contar; lo difícil no es sólo la manera de hacerlo, de
desahogarte, sino a veces la manera en que crees que la otra persona recibe el
desahogo.
A veces, cuando estoy escribiendo, le doy vueltas a una
frase con la intención de aclarar o de descartar posibles malentendidos, afilar
tal significado hasta el punto de llegar a romperlo y que pierda su sentido… y
todo para satisfacer al posible lector… ¿y quién, de entre todos los posibles
lectores es, sin duda, el primero? El ego, el crítico incansable de uno mismo.
Sí, si escribes algo es para que la gente lo lea, al igual
que si pintas, haces música, escultura… todo necesita de un tercero para cobrar
sentido final. Pero por delante de todos ellos está el ego del creador, que lo
acompaña durante el proceso creativo. De hecho, es una parte esencial del
proceso: como la mochila que cargas a tu espalda durante un viaje; a veces
resulta pesada y te molesta, pero cuando paras, buscas en su interior para
reponer fuerzas y seguir adelante.
Puede que confunda el ego con la inspiración; en mi caso, la
inspiración toma el control en un primer momento y lleva el avión por los aires
dando tumbos y piruetas, sin rumbo fijo. Pero finalmente es el ego el que toma
los mandos, el piloto encargado de hacer aterrizar el avión. Es esa lectura más
pausada que realizas una vez que tienes todas las piezas del rompe cabezas,
ordenándolas para que cobren sentido.
Así que aquí estoy: parado en medio del camino, en mi silla
de escritorio, con la mochila a mis pies, rebuscando dentro de mí algo que
satisfaga mi ego y no morirme de sed a las primeras de cambio en este desierto
donde me hallo.
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