miércoles, 11 de julio de 2012

no se cómo llamarte


Hace ya algún tiempo que no escribo… y no es fácil sentirse así, como vacío…

Es curioso: los recuerdos, tus vivencias, tu imaginación… te llenan mientras los vuelcas en la pantalla del ordenador, estás vivo y viviendo a la vez, en un sentido muy literal.
Ahora llevo un tiempo en el que el peso de la página en blanco me hunde en la silla, y el parpadeo del cursor me da dolor de cabeza. Y no es que no quiera, es que no me sale. Y digo que no me sale porque creo que todos tenemos algo que contar; lo difícil no es sólo la manera de hacerlo, de desahogarte, sino a veces la manera en que crees que la otra persona recibe el desahogo.
A veces, cuando estoy escribiendo, le doy vueltas a una frase con la intención de aclarar o de descartar posibles malentendidos, afilar tal significado hasta el punto de llegar a romperlo y que pierda su sentido… y todo para satisfacer al posible lector… ¿y quién, de entre todos los posibles lectores es, sin duda, el primero? El ego, el crítico incansable de uno mismo.
Sí, si escribes algo es para que la gente lo lea, al igual que si pintas, haces música, escultura… todo necesita de un tercero para cobrar sentido final. Pero por delante de todos ellos está el ego del creador, que lo acompaña durante el proceso creativo. De hecho, es una parte esencial del proceso: como la mochila que cargas a tu espalda durante un viaje; a veces resulta pesada y te molesta, pero cuando paras, buscas en su interior para reponer fuerzas y seguir adelante.
Puede que confunda el ego con la inspiración; en mi caso, la inspiración toma el control en un primer momento y lleva el avión por los aires dando tumbos y piruetas, sin rumbo fijo. Pero finalmente es el ego el que toma los mandos, el piloto encargado de hacer aterrizar el avión. Es esa lectura más pausada que realizas una vez que tienes todas las piezas del rompe cabezas, ordenándolas para que cobren sentido.

Así que aquí estoy: parado en medio del camino, en mi silla de escritorio, con la mochila a mis pies, rebuscando dentro de mí algo que satisfaga mi ego y no morirme de sed a las primeras de cambio en este desierto donde me hallo.

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